El
dinero es un objeto respecto del cual hay un acuerdo social para que sea
aceptado en el intercambio. Ha transcurrido mucho tiempo desde que el hombre
empezó a usar las primeras formas de dinero, hasta la adopción del dinero tal y
como lo conocemos hoy, es decir, en la forma de billetes y monedas comúnmente
aceptadas por todas las personas para llevar a cabo sus transacciones.
En
Colombia, como en la mayoría de los países, no siempre existió un único tipo de
dinero aceptado por todas las personas. Circunstancias especiales como las
guerras llevaban al gobierno de turno a cambiar la moneda que circulaba, en la
medida en que la gente perdía confianza en ella por su paulatina pérdida de
valor.
Actualmente
en Colombia y en casi todos los países del mundo, los gobiernos mantienen la
confianza de la gente en el dinero que circula gracias a la gestión que
realizan sus bancos centrales, pero este es el resultado de un largo proceso
histórico que no estuvo exento de costos económicos. Veamos un breve recuento
sobre cómo surgió el dinero y cómo llegó a ser comúnmente aceptado por todas
las personas.
En
las sociedades tribales el dinero no existía porque la producción y el consumo
se daban simultáneamente, por lo que el intercambio no era una actividad
habitual. En este tipo de sociedades, las técnicas de producción eran
relativamente simples y la propiedad, por lo general, era comunal; así, era
fácil para el individuo satisfacer sus necesidades con lo que producía, y
cuando se daba el intercambio se hacía para satisfacer las necesidades de la
comunidad.
En este tipo de sociedad el trueque le permitía a cada comunidad
complementar lo que producía, intercambiando sus excedentes por aquello que le
hacía falta; por ejemplo, si una tribu estaba especializada en la caza y
cultivaba unos pocos productos, podía cambiar parte de la carne y las pieles
que obtenía de la caza por productos agrícolas cultivados por otra tribu
dedicada a la práctica agrícola. Sin embargo, hay que aclarar que en esta etapa
las sociedades eran prácticamente autosuficientes, es decir, que podían
subsistir casi exclusivamente con lo que producían, por tanto, requerían muy
poco intercambio. A medida que las técnicas de producción evolucionaron, las
comunidades percibieron que podían producir más si se especializaban en algunas
actividades productivas en lugar de tratar de producir todo lo que necesitaban;
así, la división del trabajo también se hizo más profunda y las necesidades de
estas sociedades tribales se hicieron más complejas, pues de cierta forma
dejaron de ser autosuficientes. Por ejemplo, los individuos que tenían mayores
aptitudes para la agricultura se dedicaron a sembrar, mientras que quienes
tenían aptitudes para la pesca se especializaron en esta actividad.
La evolución y profundización de la división del trabajo implicó el
surgimiento del intercambio individual y la consolidación del concepto de
propiedad privada tanto de los bienes de consumo como de los factores
de producción; de esta manera la producción se fue aislando cada vez
más del consumo, tanto en el tiempo como en el espacio. La finalidad de
la producción ya no era sólo la satisfacción de las necesidades del individuo
sino el intercambio; proceso que estuvo acompañado de un incremento del
comercio, el cual permitía que unos y otros intercambiaran aquello que les
sobraba por lo que les hacía falta.
El surgimiento del intercambio como mecanismo para lograr la
satisfacción de las necesidades sentó las bases para el uso generalizado del dinero;
en efecto, la consolidación del intercambio o el comercio como una actividad
más dentro de la organización económica de la sociedad, hizo evidentes las
limitaciones del trueque. Cuando el intercambio se basa en el trueque es
necesario que coincida el interés de las dos personas en intercambiar lo que
cada uno posee; además, es difícil llevar a cabo el trueque de objetos de
distinto valor en la medida en que no siempre los productos que se pretende
intercambiar se pueden dividir; de otro lado, no todos los productos son
fáciles de transportar o de almacenar, lo cual no permite que cualquier objeto
sea adecuado para el trueque.
Para entender mejor los atributos que debe tener un objeto para que sea
aceptado por todos los miembros de una sociedad en el intercambio, veamos con
mayor detenimiento cuáles son las funciones del dinero. En primer lugar
el dinero cumple la función de ser un medio de cambio, es decir, que
debe ser aceptado por las personas a cambio de los bienes y servicios que ellas
venden; así, se elimina uno de los problemas derivados del trueque: la
necesidad de que coincida el interés de los que participan en el intercambio
con los respectivos objetos que tienen para intercambiar.
En segundo lugar, el dinero puede usarse como unidad de cuenta;
esto significa que los precios de los bienes y servicios pueden
expresarse en unidades de dinero en vez de expresarlos en términos de otros
bienes. En una economía de trueque era necesario, por ejemplo, establecer que
dos bultos de trigo equivalían a diez metros de paño; así, el dinero es un
medio que sirve para expresar los precios y los valores de las demás
mercancías.
En tercer lugar, el dinero tiene una función muy importante como depósito
de valor. Para poder cumplir esta función, el dinero debe mantener su valor
durante el tiempo y, por tanto, no es necesario intercambiarlo inmediatamente
cuando se recibe —como pudo suceder cuando en una economía de trueque se
recibían productos perecederos como carne o frutas—.
La función del dinero de servir como depósito de valor está
estrechamente relacionada con la de ser medio de cambio, pues para que cumpla
su función en el intercambio debe mantener su valor a lo largo del tiempo; esto
permite que la acción de comprar pueda separarse de la de vender, tanto en el
tiempo como en el espacio; por ejemplo, un agricultor puede vender su cosecha
el día de hoy en un pueblo, y usar el dinero recibido para comprar el vestuario
que necesita al día siguiente en otro pueblo; en este sentido, un objeto que se
usa como medio de cambio necesariamente debe ser depósito de valor.
Esa reflexión que parece simple nos sirve para entender una de las
principales características que tiene el dinero: la liquidez. Cuando
pensamos en objetos que pueden ser depósitos de valor podemos encontrar muchos
candidatos además del dinero: las piedras preciosas, las obras de arte y aún
los carros de colección pueden serlo; sin embargo, no todos los objetos que son
depósito de valor pueden ser usados como medios de cambio, y menos como dinero.
La liquidez es lo que distingue al dinero de otros objetos que pueden ser
depósitos de valor, pues es una característica del dinero estrechamente
relacionada con su aceptabilidad por parte de los miembros de una
sociedad. Este concepto implica que el dinero es un objeto que en el
intercambio tiene la capacidad de ser convertido de inmediato en otros objetos,
y para ello se requiere que haya un acuerdo entre las personas involucradas en
ese intercambio.
Además de la liquidez o aceptabilidad, el dinero debe tener otras
características para poder cumplir sus funciones de medio de cambio, unidad de
cuenta y depósito de valor, estas son: durabilidad, divisibilidad y bajo costo
de almacenamiento. La durabilidad significa que físicamente el dinero
debe mantener valor, es decir, que el material del que está hecho debe ser durable
a lo largo del tiempo; esto explica por qué el hombre rápidamente se dio cuenta
de que los metales, y en particular los metales preciosos, eran los objetos más
adecuados para usar como dinero. De otro lado, la divisibilidad y el bajo
costo de almacenamiento del dinero permiten que se pueda usar como unidad
de cuenta y que las personas puedan llevarlo para realizar sus transacciones en
cualquier momento y lugar.
El dinero ha tenido un largo proceso de transformación a lo largo de la
historia. Hacia 2500 a. C. los egipcios empezaron a usar anillos de metal, y
para 700 a. C. los lidios fueron los primeros en acuñar monedas, seguidos por
los griegos. Sin embargo, hubo una larga evolución entre el momento en que se
empezaron a acuñar las primeras monedas, y el uso de los billetes y monedas que
hoy conocemos. Las civilizaciones antiguas, como la griega y la romana,
tuvieron que enfrentar la transición de comunidades tribales hacia sociedades
basadas, en buena medida, en la propiedad privada, en las que la actividad
económica era ejercida de manera individual. Platón y Aristóteles, a través de
sus obras literarias, nos han permitido saber que en la sociedad griega existía
la propiedad privada de la tierra, la división del trabajo era bastante
avanzada, el comercio era una actividad importante y, además, se usaba dinero.
Durante mucho tiempo los países usaron como dinero monedas con distintos
contenidos de oro y plata; no obstante, hacia el siglo XIX los gobiernos
empezaron a introducir el papel moneda. El papel moneda estaba respaldado por
metales preciosos y, en este sentido, era un certificado que le permitía al que
lo recibía en el intercambio canjearlo en cualquier momento por su equivalente
en metales preciosos. ¿Ante quién podía ir una persona a exigir el cambio del
certificado por una determinada cantidad de oro o de plata? En un principio
estos certificados eran emitidos por compañías comerciales y bancos privados
que asumían el compromiso de cambiar esos papeles por determinada cantidad de
metal precioso, pero, después esta facultad la asumió el Estado. Así,
para la segunda mitad del siglo XIX el mundo se había desplazado hacia un
sistema monetario en el que se usaba el papel moneda respaldado con oro;
sistema que se denominó patrón oro, el cual permitía que todas las
monedas y billetes que circulaban se convirtieran en oro mediante una
equivalencia previamente establecida.
Para comienzos del siglo XX en casi todo el mundo el derecho de imprimir
dinero era un monopolio legal del Estado; en la actualidad, ese
monopolio es ejercido en la mayoría de países a través del banco central;
adicionalmente, en cada país se adoptó una única moneda, denominada moneda
local. Sin embargo, en circunstancias de inestabilidad económica que debiliten
la credibilidad de la gente en su moneda, es probable que los países opten por
usar alguna moneda extranjera simultáneamente con la moneda local; por ejemplo,
en Latinoamérica ha habido épocas en las que la gente acepta tanto la moneda
local como los dólares estadounidenses en el intercambio.
Después de la Primera Guerra Mundial, el patrón oro
se vio amenazado debido a la inestabilidad económica derivada de aquella; así,
la mayoría de países suspendieron la convertibilidad de su moneda en oro. A
partir de ese momento los esfuerzos por restaurar el patrón oro fueron
infructuosos, pues la Gran Depresión de los años treinta y, más tarde, la
Segunda Guerra Mundial acabaron con toda posibilidad de retornar a ese esquema.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial los países más grandes se reunieron para
tratar de sentar las bases de una nueva plataforma de crecimiento económico
mundial; como parte de este objetivo, esas grandes potencias emprendieron la
tarea de reorganizar el sistema monetario internacional. Dicho objetivo lo
plasmaron en el denominado Acuerdo de Bretton Woods, suscrito en 1944, mediante
el cual se adoptó el patrón cambio-oro basado en el dólar; bajo este esquema se
estableció una equivalencia entre las principales monedas y el dólar y, a su
vez, el dólar era convertible en oro.
A comienzos de los años setenta el gobierno de los
Estados Unidos suspendió la convertibilidad del dólar en oro, como resultado de
las amenazas a la estabilidad económica derivadas, principalmente, de una
crisis en el abastecimiento de petróleo, terminando así con el Acuerdo de
Bretton Woods. A partir de ese momento todos los países adoptaron un sistema
monetario en el que el dinero no está respaldado por ningún metal precioso.
El dinero que no está respaldado por metales
preciosos se denomina dinero de curso forzoso; bajo este esquema los
billetes no representan una obligación para el banco central de pagar oro, sino
que equivalen al valor en unidades de la moneda nacional que está impreso en
ellos. El valor del dinero de curso forzoso radica en su aceptabilidad por
todas las personas como medio de pago; por ello, una de las principales labores
del banco central es preservar esa aceptabilidad para que el valor de la moneda
se mantenga.