El pensamiento de santo Tomás (1225–1274) pertenece a una tradición que reflexiona sobre la doctrina cristiana a la luz de la filosofía griega, tratando de darle a la religión un fundamento racional.
Gran parte del pensamiento medieval europeo partía de considerar a la razón como una sierva de la teología (Philosophia ancilla theologiae), al servicio de demostrar las verdades que desde la perspectiva de la fe eran indemostrables. Con este objetivo, santo Tomás recuperará el pensamiento de Aristóteles, que no había tenido apenas influencia en la cultura europea de los primeros siglos de nuestra era, porque se hallaba sin traducir del griego. Hasta el momento había sido la doctrina de Platón la que se había utilizado para justificar filosóficamente la fe.
Un hito de este intento de justificación racional de la fe había sido la llamada «prueba ontológica» de San Anselmo, un monje del siglo XI que trató de explicar la existencia de Dios apelando a la razón. Para San Anselmo, en la idea que tenemos de Dios hay implicada una conciencia de su «necesidad». Es decir, mientras algunas entidades imaginarias, como los unicornios, podemos pensarlas como no existentes, a Dios hemos de concebirlo como existente, porque alberga en sí todas las virtudes posibles, incluida la existencia. De no concebirlo como existente podríamos tener en la imaginación a otro ser, todavía más perfecto, que sí existiría. Y ese ser sería, entonces, Dios.
En la Suma Teológica, el tratado en el que santo Tomás despliega una parte importante de su pensamiento, se basa en el concepto de «motor inmóvil» aristotélico para desplegar una justificación racional de la existencia de Dios.
Para Aristóteles, el motor inmóvil era el principio rector del universo. Habla de él en su tratado de Metafísica y lo describe como aquello que es principio de todo y que, a su vez, no puede tener principio. El motor inmóvil es también un principio moral: amalgama todas las virtudes posibles y las entidades particulares del mundo tratan de aproximarse a él mediante esas virtudes (como la bondad, la belleza o la justicia). Es el ser humano, por su naturaleza de animal racional, quien más cerca podrá estar del motor inmóvil porque puede conocerlo racionalmente.
Pero veamos cuáles son estas cinco vías por las que santo Tomás argumenta la existencia de Dios y por las que, además, podemos conocer algunos de sus atributos.
Las 5 vías de santo Tomás
1. Vía del movimiento
Santo Tomás toma la distinción que hace Aristóteles de potencia y acto. Algo que está en potencia tiene la capacidad de convertirse en otra cosa. Por ejemplo: una semilla es un árbol en potencia. Cuando la semilla crece y se convierte efectivamente en árbol, decimos que es un árbol en acto. El movimiento, en este esquema, es el paso de la potencia al acto.
Para santo Tomás, lo que se mueve (es decir, lo que pasa de estar en potencia a estar en acto) es porque algo o alguien lo mueve. Hay algún tipo de impulso externo a él que lo pone en marcha. Por ejemplo, la semilla necesita agua, tierra y luz solar para pasar a ser un árbol. A su vez, eso que mueve a la semilla y a todo lo que se mueve ha tenido que ser movido por otra cosa: la tierra no siempre ha sido tierra, el agua ha pasado por diversos estados, los insectos que contribuyen a la reproducción de las plantas un día fueron larvas…
Todo aquello que se mueve es movido por algo externo, y a la vez esas entidades externas son movidas por otras. Podríamos seguir remontándonos en una serie de causas infinitas hasta el primer motor de todo. Pero como no nos podemos remontar al infinito (según el pensamiento del filósofo medieval), ha de haber en algún momento un motor inicial que pone en marcha todo el movimiento.
Ese motor es, además, inmóvil. Es decir, que ya está en acto en todos los sentidos posibles. Esto es así porque es imposible, para Santo Tomás, que algo sea motor y se mueva al mismo tiempo, así como es imposible que algo se mueva a sí mismo, encontrando dentro de él todo lo necesario para pasar de la potencia al acto. Por tanto, el motor ha de ser inmóvil.
2. Vía de la causa eficiente
Se trata de otro concepto aristotélico que refiere a la causa por la cual se produce un cierto efecto en el mundo. Por ejemplo, la causa de que exista una mesa de madera es el carpintero que la elabora. Del mismo modo que ocurría con la necesidad, cada causa eficiente tiene, a su vez, otra causa eficiente (somos causa de nuestros padres, nuestros padres son causa de nuestros abuelos…).
Como, además, para santo Tomás no puede ser que una causa eficiente sea causa de sí misma, y como no podemos retrotraernos en una serie infinita de causas porque entonces no habría una causa primera que causara las demás, debe existir una primera causa eficiente.
Esa primera causa es la causa de todo lo demás y no tiene, a su vez, ninguna causa. Y para santo Tomás esa causa es Dios.
3. Vía de la contingencia y la necesidad
Los seres nacen y mueren, porque pueden o no existir, y el mundo sigue funcionando y siendo el mismo. Para santo Tomás, «contingencia» refiere a esa condición de los seres y se opone a la «necesidad».
Los seres necesarios no pueden no existir, la única posibilidad es que existan. De ahí su necesidad, pues son necesariamente existentes. Es imposible, en el razonamiento aristotélico, que siempre haya habido seres contingentes. Porque precisamente por su contingencia hubo un momento en el que, con toda seguridad, no existieron.
Entonces, ¿cómo se pasa del no-ser al ser? Si todas las cosas fueran contingentes, entonces hubo un tiempo en que no existía ninguna cosa y, por tanto, ahora tampoco existiría ninguna, pues unas son causas de otras. Es decir, si todos los seres nacieran y murieran, habría habido algún tiempo en que nada existiera.
Ha de haber, entonces, algún ser que siempre haya existido, cuya necesidad dependa de sí mismo y que sea causa de la necesidad de las otras cosas necesarias. A eso es a lo que llamamos Dios.
4. Vía de los grados de perfección
Santo Tomás parte de considerar que las cosas del mundo tienen atributos, en mayor o menor medida. Algunas cosas son bellas, y más o menos bellas que otras, por ejemplo. Todas las cosas del mundo se aproximan más o menos a la perfección en esos atributos.
Eso implica que ha de existir un modelo respecto al cual establecer una comparación entre las cosas por sus atributos: un modelo de máxima belleza, o bondad o justicia. Para santo Tomás, este modelo es un ser óptimo, máximo en todos los grados de perfección, respecto del cual establecer comparaciones.
Ese ser supremo que amalgama todas las virtudes, y cuyos grados de perfección permiten establecer comparaciones de grado entre los seres del mundo, es, para santo Tomás, Dios.
5. Vía de la finalidad
Todos los seres tienen una finalidad. Por ejemplo, el fin del cuchillo es cortar correctamente. Pero los seres inanimados, que carecen de conocimiento, no pueden alcanzar su fin si no es porque una criatura inteligente los empuja a ello. Por ejemplo, somos los seres humanos los que, haciendo uso de los cuchillos, los llevamos a que cumplan su fin.
Los seres inteligentes tienden a fines más elevados, pero también obran conforme a un fin. Y de la misma manera necesitan una inteligencia más elevada que las guíe y conduzca hacia el cumplimiento de su finalidad. Esta inteligencia elevada, que dirige a todas las demás hacia su finalidad, es a lo que llamamos Dios.
Como se puede apreciar, las cinco vías no ofrecen solamente una justificación de la existencia de Dios, sino que adelantan algunos de sus atributos. Dios queda así descrito como motor inmóvil, que todo lo mueve sin ser movido, causa de todo lo demás, ser necesario, ser sumamente perfecto e inteligencia suprema.
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