No hay duda de que Sócrates fue
un filósofo singular. Algunos de sus discípulos nos lo presentan como un tipo
raro, lo que en el griego de entonces se llamaba átopos, y narran episodios
curiosos de su vida que subrayan su originalidad. Se contaba, por ejemplo, que
durante una campaña militar permaneció de pie en el mismo lugar desde la aurora
meditando sobre algo que le inquietaba, y así siguió de pie hasta la aurora del
día siguiente. "Luego, tras hacer su plegaria al sol, dejó el lugar y se
fue", refiere Platón en El banquete.
Desde el punto de vista de un
lector actual, la principal rareza de Sócrates consiste en que es un filósofo
del que no contamos con escritos, y no porque se hayan perdido, sino por una
decisión deliberada de alguien que prefería el calor de la palabra hablada, el
diálogo, antes que el frío ejercicio de la escritura. Por fortuna, su intensa y
prolongada actividad docente dejó una huella tan profunda en sus discípulos que
algunos de ellos, sobre todo Platón y Jenofonte, escribieron amplios relatos de
memorias o reproducciones de las clases y diálogos con el maestro.
Nacido en 469 a.C., Sócrates
alcanzó su madurez intelectual en un momento en el que en Atenas triunfaba una
corriente filosófica particular: el movimiento sofístico. Sócrates era unos
veinte años más joven que Protágoras, la gran figura de los sofistas, y definió
su propio pensamiento en el debate constante con las tesis de los sofistas, a
los que criticó duramente por sus ideas políticas y morales y también por el
modo en que buscaban rentabilizar económicamente sus enseñanzas. Pese a ello,
los contemporáneos a veces confundían a Sócrates con sus rivales. El primer
documento que lo presenta como educador es una comedia de Aristófanes, Las
nubes, representada el año 423 a.C., en la que Sócrates aparece como un sofista
dedicado a enseñar la retórica y a enriquecerse a costa de los jóvenes
atenienses.
SÓCRATES, EL PARTERO
Las diferencias entre Sócrates y
los sofistas eran notables, comenzando por los métodos de enseñanza. Los
sofistas se dedicaban a impartir enseñanzas concretas que debían tener una
utilidad práctica para los alumnos, como lo era el arte de la oratoria en la
Atenas democrática, donde el éxito en política dependía de las intervenciones
ante la asamblea del pueblo o en los tribunales. Sócrates, por su parte,
buscaba estimular el espíritu de sus discípulos. No actuaba como un maestro al
uso, que inocula nuevos conocimientos a su alumno. Su método era la mayéutica,
término que proviene de la palabra griega mayueta, partera (que era la
profesión de su madre). Igual que una partera o comadrona ayuda al
alumbramiento, Sócrates ayudaba al discípulo a aflorar las ideas que éste guardaba
en su interior, para analizarlas y saber si eran valiosas y merecían detenerse
en ellas o si se trataba de falsedades que se debían desechar.
Por ello, frente a las
conferencias o los discursos que los sofistas dirigían a un gran auditorio,
Sócrates prefería el diálogo en pequeños grupos de discípulos. Incapaz de
construir esos largos parlamentos que los oradores vierten sobre los oyentes,
su especialidad era el discurso breve de preguntas y respuestas en un diálogo
entre dos. Ahora bien, para Sócrates el diálogo no es una conversación
cualquiera, sino que debe cumplir algunos requisitos. El diálogo es, ante todo,
una forma de razonamiento, que incluye el acuerdo entre Sócrates y su
interlocutor. Los nuevos acuerdos que se alcanzan en el diálogo deben ser
coherentes con los alcanzados con antelación y se descartan los que son
incompatibles, como muestra este fragmento de Gorgias, escrito por Platón,
discípulo de Sócrates, donde se recrea un diálogo entre este último y el
sofista Gorgias de Leontinos:
Sócrates: El que ha aprendido la
construcción es constructor, ¿no es así?
Gorgias: Sí.
Sócrates: ¿El que ha aprendido la
música es músico?
Gorgias: Sí, lo es.
Sócrates: ¿Y el que ha aprendido
medicina es médico? ¿Y, en la misma relación, las demás artes, de modo que el
que aprende una de éstas adquiere la cualidad que le proporciona su
conocimiento?
Gorgias: Sin duda.
Sócrates: Siguiendo el mismo
razonamiento, el que conoce lo justo, ¿no es justo?
Gorgias: Indudablemente.
Sócrates: Y el justo obra
justamente.
Gorgias: Sí.
Además del recurso al diálogo, la
selección de los alumnos era un segundo rasgo que distinguía a Sócrates de los
sofistas. Éstos llegaban a una ciudad y presentaban al público el programa del
curso que ofrecían y el importe de la matrícula, que variaba según el prestigio
de cada profesor. Se decía que algunos sofistas obtenían elevadas sumas de
dinero por su actividad. Sócrates, en cambio, rechazaba poner precio a sus
enseñanzas, pero no por ello cualquiera podía asistir a sus clases, sino que se
reservaba el derecho de admitir o rechazar a un candidato. En ocasiones era el
genio divino que le asistía (una voz que, por lo general, le desaconsejaba
llevar a cabo una determinada acción) el que le prohibía ofrecer su ayuda a
jóvenes que no guardaban nada valioso en su interior.
Sócrates coincidía con los
sofistas en su interés por las cuestiones políticas y morales, dejando en un
segundo plano todo lo relacionado con la ciencia natural, objeto de estudio
preferente por parte de los filósofos anteriores, que conocemos con el nombre
de "presocráticos".
(R)EVOLUCIÓN INTELECTUAL
En el caso de Sócrates, ello fue
resultado de una evolución intelectual propia. Según refiere un diálogo de
Platón, Fedón, en su juventud Sócrates se sintió atraído por las ideas de
Anaxágoras, un filósofo residente en Atenas y consejero de Pericles, el líder
de la democracia ateniense, quien argumentaba que el orden cósmico se basaba en
último término en una entidad abstracta que denominaba "mente"
(nous). Sócrates se declaró entusiasta seguidor de Anaxágoras hasta que se
percató de que la "mente" de Anaxágoras no era mucho más que un
nombre vacío que no intervenía para nada en el devenir del cosmos.
Decepcionado, Sócrates desechó el
estudio de la Naturaleza para dedicarse al de las cosas humanas, especialmente
al fin supremo de toda acción humana: el bien. Concluyó que el alma, y no tanto
el cuerpo, constituye la realidad primordial del hombre. En consecuencia,
alentó a sus discípulos a preocuparse por los bienes del alma. Y del alma
humana, Sócrates saltó al alma del Todo, identificado con la divinidad
responsable del orden cósmico, que había organizado el universo al servicio del
ser humano. Si esa divinidad se ocupa de los otros seres (ovejas o vacas, asnos
o caballos) es porque sirven a los propósitos humanos.
EL OBJETIVO DE SÓCRATES
El hombre, pues, estaba en el
centro de la filosofía de Sócrates, igual que en la del sofista Protágoras,
autor de la célebre máxima "el hombre es la medida de todas las
cosas". Pero Sócrates adoptó un punto de vista opuesto al de los sofistas
en las cuestiones éticas y políticas. Según Sócrates, igual que una técnica
–como la del médico o el músico mencionados en Gorgias– requiere un conocimiento
específico para el que no todo el mundo está capacitado, también los temas
políticos y morales deben ser resueltos por especialistas en la materia. En
consecuencia, consideraba que el gobierno debía ser ejercido por sabios
expertos en lo relacionado con el bien, la justicia y las virtudes morales.
De ello se derivaba una dura
crítica al sistema democrático vigente en la Atenas de su tiempo, que a sus
ojos era una forma de gobierno injusta porque consistía en poner en manos de la
mayoría ignorante las cuestiones más vitales y trascendentes que sólo los
expertos podían resolver. Años después, Platón desarrolló esta teoría en su
obra La República, donde justificaba el gobierno de los filósofos como
alternativa al desgobierno de las ciudades de su tiempo y, en particular, al
gobierno que se basa en las decisiones de la mayoría.
Estos tres aspectos
fundamentales: el puesto central del hombre en la visión del mundo, el método
de investigación basado en el diálogo y el elogio del gobierno formado por
expertos forman parte del "giro socrático", el cambio radical que
Sócrates imprimió a la historia de la filosofía.