EDUCAR EN LA FELICIDAD, SIN PERDER AUTORIDAD POR JHON JAIRO AYALA
En medio de tantos cambios tecnológicos, científicos, sociales, políticos. La educación también nos pide, a gritos, cambios en nuestra pedagogía. Una forma es que logremos educar a nuestros jóvenes a través de la pedagogía de la felicidad. Nos surge el temor de perder nuestra autoridad frente al joven, si aplicamos esté nuevo método.
Para muchos educadores es difícil dejar la pedagogía tradicional y buscar nuevas formas de educar. Pero no es un problema neto del profesor si hacemos un viaje rápido a través de la historia, veremos que el origen de este tipo de educación viene desde muy atrás. Los pitagóricos, por ejemplo, afirmaban que el cuerpo era la “cárcel” del alma, por lo tanto se debía disciplinar a través de privaciones y exigencias. Platón nos reafirma la dualidad cuerpo – alma y lo importante de buscar la idea universal, es decir profundizar en las ciencias.
Educar, a través de la felicidad, era algo que no buscaban nuestros antepasados. Ni siquiera la Iglesia Católica, que tenia un mandato divino: “el mandamiento del amor”, logró, en una parte de su historia, entender lo que significaba educar a través de la felicidad. De hay que, nuestros amigos españoles, a los cuales les debemos mucho (entre otros la deuda externa, ya que saquearon nuestras riquezas), quisieron enseñarnos, a través de la espada, el amor de Dios.
Y sin irnos más, recordemos como educaron a nuestros padres: “la letra con sangre entra”. Lo importante era el aprendizaje y no la manera como se aprendía, mucho menos lo que se aprendía.
Con todo este pasado histórico, que nos ha enseñado a educar a los golpes, a los gritos; en donde el maestro es el que tiene la verdad del conocimiento; en donde creemos que solo existe una sola forma de aprender y es la mía; en donde se buscan resultados, por parte de las directivas o del estado, y si no se dan el maestro es “malo”. ¿Cómo podemos dar paso a una educación a través de la felicidad?
Primero debemos hacer una aclaración, ya que cometemos, en ocasiones, un gran error y es confundir la felicidad con el placer. Cuando se quiere alcanzar la felicidad directamente, en realidad lo que se busca es la satisfacción, el gusto. Se intenta salir de una situación insatisfactoria para llegar a otra placentera. Y, como la satisfacción sensible se hace más patente y está más a la mano del hombre, el deseo de felicidad se convierte espontáneamente en deseo de placer.
Placer y felicidad son complacencia, satisfacción, pero mientras el placer se queda en lo sensible, la felicidad es complacencia de orden espiritual. En nuestro diario vivir estamos buscando tanto la felicidad como el placer. La experiencia diaria no es nada alentadora. Todos quisiéramos alcanzar la felicidad. Sin embargo, no siempre los caminos para encontrarla se nos presentan igualmente válidos. Nos parece bueno buscar la felicidad en la vida de familia, en el trato con los amigos, en el trabajo bien realizados, en una mejora profesional, pero rechazamos la búsqueda de la felicidad por las vías de la droga, el sexo desordenado o las locas concentraciones que a veces terminan en vandalismo. Y son éstas, precisamente, las sendas que en gran medida se ofrecen, especialmente a la juventud.
La felicidad, debe ser considerada, hoy día, como finalidad educativa, teniendo en cuenta su carácter de aspiración universal. Educar a través de la felicidad no es otra cosa que lograr que los jóvenes se sientan a gusto o atraídos.
Y la pregunta que más se hace en estos planteamientos es ¿cómo lograr educar a través de la felicidad sin perder mi autoridad?
Primero debemos tener en claro nuestra misión como educadores: enseñar, educar, dar herramientas para que el otro pueda surgir en la sociedad, en otras palabras, ayudar a la realización plena del ser humano, que como ya sabemos es la felicidad.
En segundo lugar, debemos tener claro que el centro de nuestro quehacer educativo no es el maestro sino el joven. Es a él al que debemos nuestra profesión, en el cual tiene sentido nuestro diario vivir.
Teniendo claro o anterior, el siguiente paso para educar a través de la felicidad, es conocer al joven. ¿Cómo puedo buscar la felicidad de alguien, si no conozco que le gusta? Debo entender sus intereses, conocer sus aspiraciones, inmiscuirme en su cultura. Estar con el joven.
Debemos tener cuidado, ya que muchos educadores se han lanzado en esta forma de educar y se han estrellado. Esto sucede porque terminan actuando como los jóvenes; viviendo como los jóvenes. Nunca debemos olvidar la misión de educadores que tenemos, por eso debemos estar con los jóvenes, pero no ser como ellos. Todo nuestro contacto con ellos debe ser un momento educativo.
Como decía Don Bosco: “querer lo que los jóvenes quieren, para que ellos quieran lo que nosotros queremos”. Si logramos estar con los jóvenes sin perder nuestra identidad, lograremos educar a través de la felicidad sin perder nuestra autoridad de docentes. Solo nos falta lanzarnos, atrevernos, arriesgarnos, y ¿cómo dar ese paso, si se lleva tanto tiempo en la educación tradicional?
En medio de tantos cambios tecnológicos, científicos, sociales, políticos. La educación también nos pide, a gritos, cambios en nuestra pedagogía. Una forma es que logremos educar a nuestros jóvenes a través de la pedagogía de la felicidad. Nos surge el temor de perder nuestra autoridad frente al joven, si aplicamos esté nuevo método.
Para muchos educadores es difícil dejar la pedagogía tradicional y buscar nuevas formas de educar. Pero no es un problema neto del profesor si hacemos un viaje rápido a través de la historia, veremos que el origen de este tipo de educación viene desde muy atrás. Los pitagóricos, por ejemplo, afirmaban que el cuerpo era la “cárcel” del alma, por lo tanto se debía disciplinar a través de privaciones y exigencias. Platón nos reafirma la dualidad cuerpo – alma y lo importante de buscar la idea universal, es decir profundizar en las ciencias.
Educar, a través de la felicidad, era algo que no buscaban nuestros antepasados. Ni siquiera la Iglesia Católica, que tenia un mandato divino: “el mandamiento del amor”, logró, en una parte de su historia, entender lo que significaba educar a través de la felicidad. De hay que, nuestros amigos españoles, a los cuales les debemos mucho (entre otros la deuda externa, ya que saquearon nuestras riquezas), quisieron enseñarnos, a través de la espada, el amor de Dios.
Y sin irnos más, recordemos como educaron a nuestros padres: “la letra con sangre entra”. Lo importante era el aprendizaje y no la manera como se aprendía, mucho menos lo que se aprendía.
Con todo este pasado histórico, que nos ha enseñado a educar a los golpes, a los gritos; en donde el maestro es el que tiene la verdad del conocimiento; en donde creemos que solo existe una sola forma de aprender y es la mía; en donde se buscan resultados, por parte de las directivas o del estado, y si no se dan el maestro es “malo”. ¿Cómo podemos dar paso a una educación a través de la felicidad?
Primero debemos hacer una aclaración, ya que cometemos, en ocasiones, un gran error y es confundir la felicidad con el placer. Cuando se quiere alcanzar la felicidad directamente, en realidad lo que se busca es la satisfacción, el gusto. Se intenta salir de una situación insatisfactoria para llegar a otra placentera. Y, como la satisfacción sensible se hace más patente y está más a la mano del hombre, el deseo de felicidad se convierte espontáneamente en deseo de placer.
Placer y felicidad son complacencia, satisfacción, pero mientras el placer se queda en lo sensible, la felicidad es complacencia de orden espiritual. En nuestro diario vivir estamos buscando tanto la felicidad como el placer. La experiencia diaria no es nada alentadora. Todos quisiéramos alcanzar la felicidad. Sin embargo, no siempre los caminos para encontrarla se nos presentan igualmente válidos. Nos parece bueno buscar la felicidad en la vida de familia, en el trato con los amigos, en el trabajo bien realizados, en una mejora profesional, pero rechazamos la búsqueda de la felicidad por las vías de la droga, el sexo desordenado o las locas concentraciones que a veces terminan en vandalismo. Y son éstas, precisamente, las sendas que en gran medida se ofrecen, especialmente a la juventud.
La felicidad, debe ser considerada, hoy día, como finalidad educativa, teniendo en cuenta su carácter de aspiración universal. Educar a través de la felicidad no es otra cosa que lograr que los jóvenes se sientan a gusto o atraídos.
Y la pregunta que más se hace en estos planteamientos es ¿cómo lograr educar a través de la felicidad sin perder mi autoridad?
Primero debemos tener en claro nuestra misión como educadores: enseñar, educar, dar herramientas para que el otro pueda surgir en la sociedad, en otras palabras, ayudar a la realización plena del ser humano, que como ya sabemos es la felicidad.
En segundo lugar, debemos tener claro que el centro de nuestro quehacer educativo no es el maestro sino el joven. Es a él al que debemos nuestra profesión, en el cual tiene sentido nuestro diario vivir.
Teniendo claro o anterior, el siguiente paso para educar a través de la felicidad, es conocer al joven. ¿Cómo puedo buscar la felicidad de alguien, si no conozco que le gusta? Debo entender sus intereses, conocer sus aspiraciones, inmiscuirme en su cultura. Estar con el joven.
Debemos tener cuidado, ya que muchos educadores se han lanzado en esta forma de educar y se han estrellado. Esto sucede porque terminan actuando como los jóvenes; viviendo como los jóvenes. Nunca debemos olvidar la misión de educadores que tenemos, por eso debemos estar con los jóvenes, pero no ser como ellos. Todo nuestro contacto con ellos debe ser un momento educativo.
Como decía Don Bosco: “querer lo que los jóvenes quieren, para que ellos quieran lo que nosotros queremos”. Si logramos estar con los jóvenes sin perder nuestra identidad, lograremos educar a través de la felicidad sin perder nuestra autoridad de docentes. Solo nos falta lanzarnos, atrevernos, arriesgarnos, y ¿cómo dar ese paso, si se lleva tanto tiempo en la educación tradicional?
9 comentarios:
Que los mejores concejos que recibimos son los de nuestros padres y profesores,ya q nos inculcan una educaciòn que no podriamos recibir de otras personas
que siempre tenemos que escuchar a nuestros padres que ellos siempre qiueren lo mejor para nosotros, tanbien los docentes nos ayudan a darnos una orientacion y seguir adelante y tener un mejor futuro.
dayimi juajibioy 901
Es neesario saber que solamente esos consejos son los que valen la pena los demas no seran dichos con la misma sinceridad que los que recibimos de nuestros padres
si, difinitivamente sus concejos son inigualables pero hay que tambien hacer notar las veces que se equivocan por sobreprotegernos o por no cuidarnos,al fin y al cabo nadie es perfecto y todos cometemos errores algunos mas graves que otros pero todos sin culpa.
yo opino que si las personas nos dan concejos debemos seguirlos por nuestro bien depende de que concejos nos den
karen culma 802 codigo 5
yo opino que es necesario escuchar los consejos que nos dan nuestros padres porque ellos siempre quieren lo mejor para nosotrosy que los profesores nos orientan por un mejor futuro
karen culma 802 codigo 5
yo opino que es necesario escuchar los consejos que nos dan nuestros padres porque ellos siempre quieren lo mejor para nosotrosy que los profesores nos orientan por un mejor futuro
pues para mi escuchar anestros padres es maravilloso por que nos enseñan a y tanbien nos enseñan asegir adelante y tener un mejor futuro.
brayan montiel pinzon
8a cod:26
l
Publicar un comentario