lunes, 11 de mayo de 2009

ADOLFO HITLER







Máximo dirigente de la Alemania nazi (Braunau, Bohemia, 1889 - Berlín, 1945). Hijo de un aduanero austriaco, su infancia transcurrió en Linz y su juventud en Viena. La formación de Adolf Hitler fue escasa y autodidacta, pues apenas recibió educación. En Viena (1907-13) fracasó en su vocación de pintor, malvivió como vagabundo y vio crecer sus prejuicios racistas ante el espectáculo de una ciudad cosmopolita, cuya vitalidad intelectual y multicultural le era por completo incomprensible.


Adolf Hitler

De esa época data su conversión al nacionalismo germánico y al antisemitismo. En 1913 Adolf Hitler huyó del Imperio Austro-Húngaro para no prestar servicio militar; se refugió en Múnich y se enroló en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial (1914-18). La derrota le hizo pasar a la política, enarbolando un ideario de reacción nacionalista, marcado por el rechazo del nuevo régimen democrático de la República de Weimar, a cuyos políticos acusaba de haber traicionado a Alemania aceptando las humillantes condiciones de paz del Tratado de Versalles (1918).

De vuelta a Múnich, Hitler ingresó en un pequeño partido ultraderechista, del que pronto se convertiría en dirigente principal, rebautizándolo como Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP). Dicho partido se declaraba nacionalista, antisemita, anticomunista, antisocialista, antiliberal, antidemócrata, antipacifista y anticapitalista, aunque este último componente revolucionario de carácter social quedaría pronto en el olvido; este abigarrado conglomerado ideológico, fundamentalmente negativo, se alimentaba de los temores de las clases medias alemanas ante las incertidumbres del mundo moderno. Influenciado por el fascismo de Mussolini, este movimiento, adverso tanto a lo existente como a toda tendencia de progreso, representaba la respuesta reaccionaria a la crisis del Estado liberal que la guerra había acelerado.

Sin embargo, Hitler tardaría en hacer oír su propaganda. En 1923 fracasó en un primer intento de tomar el poder desde Múnich, apoyándose en las milicias armadas de Ludendorff («Putsch de la Cervecería»). Fue detenido, juzgado y encarcelado, aunque tan sólo pasó en la cárcel un año y medio, tiempo que aprovechó para plasmar sus estrafalarias ideas políticas en un libro que tituló Mi lucha y que diseñaba las grandes líneas de su actuación posterior.

De nuevo en libertad desde 1925, Hitler reconstituyó el NSDAP expulsando a los posibles rivales y se rodeó de un grupo de colaboradores fieles como Goering, Himmler y Goebbels. La profunda crisis económica desatada desde 1929 y las dificultades políticas de la República de Weimar le proporcionaron una audiencia creciente entre las legiones de parados y descontentos dispuestos a escuchar su propaganda demagógica, envuelta en una parafernalia de desfiles, banderas, himnos y uniformes.

Combinando hábilmente la lucha política legal con el uso ilegítimo de la violencia en las calles, los nacionalsocialistas o nazis fueron ganando peso electoral hasta que Hitler -que nunca había obtenido mayoría- se hizo confiar el gobierno por el presidente Hindenburg en 1933.

Desde la Cancillería, Hitler destruyó el régimen constitucional y lo sustituyó por una dictadura de partido único basada en su poder personal. El Tercer Reich así creado fue un régimen totalitario basado en un nacionalismo exacerbado y en un complejo de superioridad racial sin fundamento científico alguno (basado en estereotipos que contrastaban con la ridícula figura del propio Hitler).

Tras la muerte de Hindenburg, Hitler se hizo nombrar Führer o «caudillo» de Alemania y se hizo prestar juramento por el ejército. La sangrienta represión contra los disidentes culminó en la purga de las propias filas nazis durante la «Noche de los Cuchillos Largos» (1934) y la instauración de un control policial total de la sociedad, mientras que la persecución contra los judíos, iniciada con las racistas Leyes de Núremberg (1935) y con el pogromo conocido como la «Noche de los Cristales Rotos» (1938) culminó con el exterminio sistemático de los judíos europeos a partir de 1939 (la «Solución Final»).

La política internacional de Hitler fue la clave de su prometida reconstitución de Alemania, basada en desviar la atención de los conflictos internos hacia una acción exterior agresiva. Se alineó con la dictadura fascista italiana, con la que intervino en auxilio de Franco en la Guerra Civil española (1936-39), ensayo general para la posterior contienda mundial; y completó sus alianzas con la incorporación del Japón en una alianza antisoviética (Pacto Antikomintern, 1936) hasta formar el Eje Berlín-Roma-Tokyo (1937).

Militarista convencido, Hitler empezó por rearmar al país para hacer respetar sus demandas por la fuerza (restauración del servicio militar obligatorio en 1935, remilitarización de Renania en 1936); con ello reactivó la industria alemana, redujo el paro y prácticamente superó la depresión económica que le había llevado al poder.

Luego, apoyándose en el ideal pangermanista, reclamó la unión de todos los territorios de habla alemana: primero se retiró de la Sociedad de Naciones, rechazando sus métodos de arbitraje pacífico (1933); luego forzó el asesinato de Dollfuss (1934) y el Anschluss o anexión de Austria (1938); a continuación invadió la región checa de los Sudetes y, tras engañar a la diplomacia occidental prometiendo no tener más ambiciones (Conferencia de Múnich, 1938), ocupó el resto de Checoslovaquia, la dividió en dos y la sometió a un protectorado; aún se permitió arrebatar a Lituania el territorio de Memel (1939).


Hitler hacia el final de la guerra

Pero, cuando el conflicto en torno a la ciudad libre de Danzig le llevó a invadir Polonia, Francia y Gran Bretaña reaccionaron y estalló la Segunda Guerra Mundial (1939-45). Hitler había preparado sus fuerzas para esta gran confrontación, que según él habría de permitir la expansión de Alemania hasta lograr la hegemonía mundial (Protocolo Hossbach, 1937); en previsión del estallido bélico había reforzado su alianza con Italia (Pacto de Acero, 1939) y, sobre todo, había concluido un Pacto de no-agresión con la Unión Soviética (1939), acordando con Stalin el reparto de Polonia.

El moderno ejército que había preparado obtuvo brillantes victorias en todos los frentes durante los primeros años de la guerra, haciendo a Hitler dueño de casi toda Europa mediante una «guerra relámpago»: ocupó Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Francia, Yugoslavia, Grecia. (mientras que Italia, España, Hungría, Rumania, Bulgaria y Finlandia eran sus aliadas, y países como Suecia y Suiza declaraban una neutralidad benévola).

Sólo Gran Bretaña resistió el intento de invasión (batalla aérea de Inglaterra, 1940-41); pero la suerte de Hitler empezó a cambiar cuando lanzó la invasión de Rusia, respondiendo tanto al ideal anticomunista básico del nazismo como al proyecto de arrebatar a la «inferior» raza eslava del este el «espacio vital» que soñaba para engrandecer a Alemania (1941). A partir de la batalla de Stalingrado (1943), el curso de la guerra se invirtió y las fuerzas soviéticas comenzaron una contraofensiva que no se detendría hasta tomar Berlín en 1945; simultáneamente se reabrió el frente occidental con el aporte masivo en hombres y armas procedente de Estados Unidos (involucrados en la guerra desde 1941), que permitió el desembarco de Normandía (1944).
Derrotado y fracasados todos sus proyectos, Hitler vio cómo empezaban a abandonarle sus colaboradores y la propia Alemania era arrasada por los ejércitos aliados; en su limitada visión del mundo no había sitio para el compromiso o la rendición, de manera que arrastró a su país hasta la catástrofe y finalmente se suicidó en el búnker de la Cancillería de Berlín donde se había refugiado, después de haber sacudido al mundo con su sueño de hegemonía mundial de la «raza» alemana, que provocó una guerra total a escala planetaria y un genocidio sin precedentes en los campos de concentración.

miércoles, 29 de abril de 2009

martes, 28 de abril de 2009

viernes, 24 de abril de 2009

UN ENSAYO PARA REFLEXIONAR


EDUCAR EN LA FELICIDAD, SIN PERDER AUTORIDAD POR JHON JAIRO AYALA


En medio de tantos cambios tecnológicos, científicos, sociales, políticos. La educación también nos pide, a gritos, cambios en nuestra pedagogía. Una forma es que logremos educar a nuestros jóvenes a través de la pedagogía de la felicidad. Nos surge el temor de perder nuestra autoridad frente al joven, si aplicamos esté nuevo método.

Para muchos educadores es difícil dejar la pedagogía tradicional y buscar nuevas formas de educar. Pero no es un problema neto del profesor si hacemos un viaje rápido a través de la historia, veremos que el origen de este tipo de educación viene desde muy atrás. Los pitagóricos, por ejemplo, afirmaban que el cuerpo era la “cárcel” del alma, por lo tanto se debía disciplinar a través de privaciones y exigencias. Platón nos reafirma la dualidad cuerpo – alma y lo importante de buscar la idea universal, es decir profundizar en las ciencias.

Educar, a través de la felicidad, era algo que no buscaban nuestros antepasados. Ni siquiera la Iglesia Católica, que tenia un mandato divino: “el mandamiento del amor”, logró, en una parte de su historia, entender lo que significaba educar a través de la felicidad. De hay que, nuestros amigos españoles, a los cuales les debemos mucho (entre otros la deuda externa, ya que saquearon nuestras riquezas), quisieron enseñarnos, a través de la espada, el amor de Dios.

Y sin irnos más, recordemos como educaron a nuestros padres: “la letra con sangre entra”. Lo importante era el aprendizaje y no la manera como se aprendía, mucho menos lo que se aprendía.

Con todo este pasado histórico, que nos ha enseñado a educar a los golpes, a los gritos; en donde el maestro es el que tiene la verdad del conocimiento; en donde creemos que solo existe una sola forma de aprender y es la mía; en donde se buscan resultados, por parte de las directivas o del estado, y si no se dan el maestro es “malo”. ¿Cómo podemos dar paso a una educación a través de la felicidad?

Primero debemos hacer una aclaración, ya que cometemos, en ocasiones, un gran error y es confundir la felicidad con el placer. Cuando se quiere alcanzar la felicidad directamente, en realidad lo que se busca es la satisfacción, el gusto. Se intenta salir de una situación insatisfactoria para llegar a otra placentera. Y, como la satisfacción sensible se hace más patente y está más a la mano del hombre, el deseo de felicidad se convierte espontáneamente en deseo de placer.

Placer y felicidad son complacencia, satisfacción, pero mientras el placer se queda en lo sensible, la felicidad es complacencia de orden espiritual. En nuestro diario vivir estamos buscando tanto la felicidad como el placer. La experiencia diaria no es nada alentadora. Todos quisiéramos alcanzar la felicidad. Sin embargo, no siempre los caminos para encontrarla se nos presentan igualmente válidos. Nos parece bueno buscar la felicidad en la vida de familia, en el trato con los amigos, en el trabajo bien realizados, en una mejora profesional, pero rechazamos la búsqueda de la felicidad por las vías de la droga, el sexo desordenado o las locas concentraciones que a veces terminan en vandalismo. Y son éstas, precisamente, las sendas que en gran medida se ofrecen, especialmente a la juventud.

La felicidad, debe ser considerada, hoy día, como finalidad educativa, teniendo en cuenta su carácter de aspiración universal. Educar a través de la felicidad no es otra cosa que lograr que los jóvenes se sientan a gusto o atraídos.

Y la pregunta que más se hace en estos planteamientos es ¿cómo lograr educar a través de la felicidad sin perder mi autoridad?

Primero debemos tener en claro nuestra misión como educadores: enseñar, educar, dar herramientas para que el otro pueda surgir en la sociedad, en otras palabras, ayudar a la realización plena del ser humano, que como ya sabemos es la felicidad.

En segundo lugar, debemos tener claro que el centro de nuestro quehacer educativo no es el maestro sino el joven. Es a él al que debemos nuestra profesión, en el cual tiene sentido nuestro diario vivir.

Teniendo claro o anterior, el siguiente paso para educar a través de la felicidad, es conocer al joven. ¿Cómo puedo buscar la felicidad de alguien, si no conozco que le gusta? Debo entender sus intereses, conocer sus aspiraciones, inmiscuirme en su cultura. Estar con el joven.

Debemos tener cuidado, ya que muchos educadores se han lanzado en esta forma de educar y se han estrellado. Esto sucede porque terminan actuando como los jóvenes; viviendo como los jóvenes. Nunca debemos olvidar la misión de educadores que tenemos, por eso debemos estar con los jóvenes, pero no ser como ellos. Todo nuestro contacto con ellos debe ser un momento educativo.

Como decía Don Bosco: “querer lo que los jóvenes quieren, para que ellos quieran lo que nosotros queremos”. Si logramos estar con los jóvenes sin perder nuestra identidad, lograremos educar a través de la felicidad sin perder nuestra autoridad de docentes. Solo nos falta lanzarnos, atrevernos, arriesgarnos, y ¿cómo dar ese paso, si se lleva tanto tiempo en la educación tradicional?